Diarios de Hiboria III.
Extraído de los diarios encontrados a lo largo de toda la geografía de los reinos hiborios, escritos por Spider Jerusalem. Se desconoce el tiempo que tienen.
[dropcap]S[/dropcap]eguí hacia el norte al menos durante un par de horas guiado por las siluetas de las montañas que se perdían a lo lejos. Las sombras de los buitres se dibujaban en la arena, siguiendo mi estela pacientemente hasta que el cansancio me hiciese caer agotada e indefensa, momento que aprovecharían para abalanzarse sobre mí sin contemplación.
Encontré entonces a una bestia, un murciélago gigante que devoraba más restos humanos junto a un diario y que, al notar mi presencia, profirió un rugido que me heló la sangre y se alejó volando. Dí gracias a Mitra y me acerqué en busca de algo de utilidad entre los restos del pobre desgraciado. Sus últimas palabras relataban cómo había sobrevivido a la tormenta de arena extraviado del resto de sus compañeros y sus últimos momentos escuchando los sonidos escalofriantes de las bestias volando a su alrededor hasta que finalmente acabaron con su vida.
Estos primeros diarios encontrados son los que me inspirarían más adelante para escribir estas líneas. Quería que, en caso de ocurrirme alguna desgracia, la historia tuviese constancia de mi paso por estas tierras, y conforme más escribía más me daba cuenta que este pequeño ejercicio ayudaba a ordenar los pensamientos que venían a mi cabeza durante el día.
El encuentro fugaz con aquella bestia me animó a fabricarme un rudimentario pico con las ramas y piedras que encontraba en mi camino por si necesitaba defenderme de algún ataque, y el orgullo que sentí al terminar mi creación renovó las fuerzas de mi espíritu e incluso me llevó a recolectar materiales y fabricar más objetos que me ayudasen a sobrevivir, como ropas para mitigar la quemazón que sentía después de horas caminando por la arena del desierto.
Tras unas horas más de interminable paseo en las que intenté racionar mis fuerzas a la vez que recolectaba materiales con los que fabricar útiles, llegué a las primeras formaciones montañosas que había visto a lo lejos ¡Verde! Las mustias y escasas plantas del desierto aquí se convertían en vegetación más frondosa ¡Debía de haber agua cerca!
Pronto se pondría el sol y aprecié lo que parecía un hombre a lo lejos, intenté acercarme a pedir ayuda pero sin mediar palabra en cuanto me vió alzó un gritó al cielo y corrió hacia mí empuñando una rudimentaria espada de piedra.
Su cuerpo azabache y musculoso se tensaba y atacaba de forma brusca permitiéndome esquivar sus embestidas no sin esfuerzo debido al cansancio, sus largas trenzas negras se movían acompañando su cuerpo. Rodé hacia un lado esquivando su espadazo y lancé un golpe desgarrándole en un muslo con mi pico, y corté su segundo ataque adelantándome a él hiriéndolo en el brazo con el que empuñaba su arma. La noche se volvía cada vez más profunda, nos examinábamos cara a cara con nuestras armas preparadas para aprovechar el menor fallo y entonces mi enemigo realizó una última acometida, salté hacia un lado y hundí mi improvisada arma en el lado de su cráneo acabando con su vida.
Respiré intentando relajar mi cuerpo del subidón de adrenalina que había experimentado y entonces lo sentí: Estaba herida, uno de sus cortes había logrado alcanzarme, estaba sangrando y la deshidratación empezaba a afectarme, mis ojos se cerraban a la vez que la noche hasta que caí al suelo inconsciente de nuevo.